AJENOS AL RELOJ
Nos atamos los dos al campanario
en el instante del último repique.
Laceraba la piel el decursar indetenible;
la sombra de las primeras adoraciones;
el agua nocturna de las clepsidras.
Todos siguieron viviendo con su época a cuestas
sin añorar – como nosotros- lo eterno.
En cada hogar reinaron las rutinas
ignorando a los que nos marchamos
tildándonos de locos por desafiar a cronos.
Se nos unieron tantas primaveras en el pelo
que cada hora se lleno de polen.
Las casas despidieron sus ancestros
Mientras tú y yo
Sentados sobre el último almanaque
esperamos la llegada de otro siglo.
INFANCIA AUSENTE
Al cerezo le cuelgan dos infancias
más allá de los frutos, las flores, los gusanos.
Al brioso caballito de madera
las hierbas le taparon sus patas de sueños .
El corcho de infantiles batallas
hace una tregua con los nidos,
con los gorriones, con las espaldas chicas.
Ahora nadie le lanza anoncillos a lo perros
que se aburren sin pisadas pequeñas en las colas.
El tejado reclama pelotas de trapos,
golpes de piedras, pedazos de juguetes.
Las hormigas olvidaron el sendero que va al portal
se extinguieron los caramelos abandonados;
las migajas de pan, las manos sucias.
La madurez apenas si muerde las guayabas,
tan seria, olvidó trepar los cocoteros.
La absurda paz de los patios
es el atardecer de los que ya crecieron.
Las pelotas no tienen aire.
Un montón de objetos curiosos y brillantes
se aburre en espera de pequeños bolsillos.
PRESO DEL TIEMPO
Preso del tiempo,
con siglos carceleros,
atado a una condena dictada por relojes
que sentenciaron segundos inmensos.
Los jurados escondieron las sombras,
los péndulos,
las agujas,
los dígitos,
los átomos.
Las monedas pagaron los silencios
de la lluvia suspendida sobre las techumbres
del amanecer trunco,
de botones eternos.
Me defendió el andén desierto,
la Penélope de siempre,
la meta intacta,
el eclipse inconcluso.
Al final fui culpable
y esperé eternamente los plomos detenidos.
ÁRBOL
El árbol viejo del patio,
Jamás volvió a tener las mismas sombras.
Ahora se deja marchitar por los agostos,
no tuvo más frutos, ni más nidos,
ni caen sus hojas sobre los amantes.
es solo un viejo árbol,
sin el dolor de los niños en el tronco,
sin el perro custodiando sus noches,
sin las viejas desempolvando historias.
Es una flora, común, como las otras.
En el desvalijado patio de los años,
a veces vienen otros niños,
otros perros,
otras viejas.